La historia secreta del señor White de Juan Gómez-Jurado
Los límites de los demás seres humanos eran imperfectos. Sentían en su propia piel el dolor, la angustia, el miedo y la alegría de otros, se dejaban llevar vicariamente por emociones que les perjudicaban. Él carecía de la mayor de las debilidades: la empatía. Había comprendido cómo actuar con el paso del tiempo para que los demás no notasen esa rareza. Interpretaba los actos de los demás para deducir sus emociones, algo que solía ser mucho más útil que escuchar las palabras. La gente mentía constantemente. Quizás la mayor mentira repetida a lo largo de la historia era la respuesta a la pregunta «¿Cómo estás?». «Estoy bien». El joven había aprendido a decir aquellas dos palabras de forma mecánica, igual que todos los seres humanos con los que interactuaba. La respuesta real debería ser larga, mucho más compleja y llena de matices. Ese «bien» estaba tan vacío de significado como una lata de refresco abierta y abandonada al sol durante décadas. Nadie está bien. Nunca. |