Los ríos profundos de José María Arguedas
- Todo está listo, señor- dijo el mestizo. Mi padre entregó el bastón al Viejo. Yo corrí hasta el según patio. Me despedí del pequeño árbol. Frente a él mirando sus ramas escuálidas, las flores moradas tan escasas, que temblaban en lo alto, temí al Cuzco. El rostro del Cristo, la voz de la gran campana, el espanto que siempre había en la expresión del pongo, ¡y el Viejo! de rodillas en la catedral, aun el silencio de Loreto Kijilu me oprimían. En ningún sitio debía sufrir más la criatura humana. |