El último telesilla de John Irving
Como Em y Matthew saben, yo escucho el silencio en el Jardín de Rocas con la misma claridad. Sé cuándo Em está pensando en Nora o en la de las raquetas de nieve, por la forma en que baja los ojos cuando se siente abatida. En esos momentos, nunca sé qué decir. —Tiene sentido que seamos escritores de ficción: la vida real es un asco. La ficción es lo nuestro —intento decirle. Em sabía hacerlo mejor conmigo cuando sabía que yo, mentalmente, estaba en el Jardín de Rocas. —Hay estudiantes alemanes en alguna parte, chaval, y siguen cantando —me dice Em en esas ocasiones. |