La joven que no podía leer de John Harding
En ese momento, como si hubiera reparado en el peso de mis ojos sobre ella, la muchacha que había repartido su pan alzó la cabeza y me miró fijo. El escalofrío que provocó en mí su mirada me heló los huesos. Había en ella una sabiduría tal... Era como si me hubiera visto por dentro, como si hubiera reconocido lo que yo era y hubiera encontrado algo en mí que le permitía reclamar cierta afinidad. Solo fui capaz de aguantarle la mirada durante un breve instante antes de apartarla.
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