El hombre celoso de Jo Nesbo
Cuando la azafata apagó la luz de aviso y se marchó, te quitaste los zapatos por el talón, te giraste sobre el asiento y te encogiste sobre los pies con aire gatuno, dejando asomar unos tobillos esbeltos envueltos en nailon que me hicieron pensar inevitablemente en un ballet.
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