Si no hay un mañana de Jennifer L. Armentrout
Sebastian reunió los trozos que había cortado y los puso sobre mi ensalada. Mis ojos se agrandaron. ¿En serio acababa de cortarme la comida como si tuviera dos años? —Ahí tienes —dijo él—. Ahora tu ensalada parece casi comestible. —Todavía no hay nada frito —comentó Dary con una sonrisa—. Pero eso ha sido posiblemente lo más dulce que he presenciado en mucho tiempo. |