Rostros en el agua de Janet Frame
Yo no me sentía enferma, pero sí tenía miedo. El doctor Tall cojeaba. La hermana Creed cojeaba. La cara de carnicera de la enfermera jefe Borough se hinchaba ante mí de forma amenazadora. Y, sin embargo, me dirigía obedientemente al otro pabellón, al que llamaban el Cuatro Cinco Uno, para someterme a los electroshocks e intentaba reprimir una inquietud que rayaba en el pánico cuando captaba el olor peculiar del pabellón y oía su nombre mismo: Cuatro Cinco Uno, sin duda un código siniestro.
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