La abadía de Northanger de Jane Austen
Al estar ya habituada, no la molestaban mucho los comentarios y exclamaciones de la señora Allen, cuya vacuidad mental e incapacidad de pensamiento eran tales que, del mismo modo que nunca podía hablar durante largo tiempo, tampoco podía estar nunca del todo callada, y en consecuencia, mientras estaba haciendo labor, si perdía la aguja o se le rompía el hilo, u oía un carruaje en la calle o veía la menor mota en su vestido, tenía que comentarlo en voz alta, ya hubiese alguien para contestarle o no.
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