Emma de Jane Austen
Pareció como si se produjera inmediatamente una impresión favorable, como si sus ojos recibieran la verdad de los de Emma, y su nueva actitud fuera inmediatamente captada y celebrada. La expresión del señor Knightley se modificó. Emma se sintió extraordinariamente complacida y su satisfacción aumentó gracias a un gesto que iba más allá de la simple amistad: el señor Knightley le tomó la mano. Emma no sabría decir si fue ella quien hizo el primer movimiento: quizá se la ofreciera incluso; pero lo cierto fue que él se la tomó, la estrechó y estaba a punto de llevársela a los labios cuando, por un motivo u otro, se detuvo. Por qué tuvo escrúpulo tan repentino, por qué cambió de idea cuando ya casi lo había hecho, fue algo que Emma no entendió. Hubiera sido más razonable no detenerse, pensó.
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