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Desgracia de J.M. Coetzee
En una súbita erupción sin ruido alguno, como si hubiera entrado en un trance en el que caminase dormido, ve caer un torrente de imágenes, mujeres a las que ha conocido en dos continentes, algunas tan lejos en el tiempo que a duras penas las reconoce. Como las hojas que lleva el viento, revueltas, van pasando ante él. «Un ancho campo repleto de gente»: cientos de vidas que están enredadas con la suya. Contiene la respiración, desea que la visión no desaparezca.
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