La casa de los espíritus de Isabel Allende
Alba creció con la idea de que la normalidad era un don divino. Lo discutió con su abuela. - En casi todas las familias hay algún tonto o un loco, hijita -aseguró Clara mientras se afanaba en su tejido, porque en todos esos años no había aprendido a tejer sin mirar-. A veces no se ven, porque los esconden, como si fuera una vergüenza. Los encierran en los cuartos más apartados, para que no los vean las visitas. Pero en realidad no hay de qué avergonzarse, ellos también son obra de Dios. - Pero en nuestra familia no hay ninguno, abuela -replicó Alba. - No. Aquí la locura se repartió entre todos y no sobró nada para tener nuestro propio loco de remate. |