Un niño prodigio de Irène Némirovsky
Un instinto especial parecía asesorarle sobre qué debía decir y qué debía hacer, cuáles eran las palabras aprendidas en el barrio judío que no debía repetir o, por el contrario, qué gestos de la princesa, en la mesa o en otras circunstancias de la vida, le convenía imitar. Era algo que le resultaba fácil porque poseía ese don inestimable de la naturalidad que, por lo general, les es concedido a los niños muy pequeños.
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