Asesinato para principiantes de Holly Jackson
Pip sabía dónde vivían. Todos los vecinos de Little Kilton lo sabían. La casa era algo así como la mansión encantada de la ciudad, la gente aceleraba cuando pasaba por delante y cortaba sus conversaciones. En ocasiones, las pandillas de chavales que se dejaban caer por allí a la vuelta del colegio se retaban entre sí a acercarse corriendo y tocar la verja. Pero quienes habitaban aquella casa encantada no eran fantasmas, sino tres personas tristes que intentaban continuar con sus vidas. No había luces que se encendiesen y se apagasen solas, ni sillas que se cayesen al suelo sin que nadie las tocase; lo terrorífico de la casa eran las pintadas que decoraban los muros, «escoria», y las ventanas rotas a pedradas. Pip no entendía que no se hubiesen mudado. No es que tuvieran que hacerlo, claro, no eran culpables de nada. Pero no sabía cómo eran capaces de seguir allí.
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