Los amnésicos de Géraldine Schwarz
La falta de sentimiento de culpabilidad y la ceguera solidaria permitían al pueblo negar cualquier responsabilidad en los crímenes nazis, que se imputaban solo a los dirigentes del Tercer Reich. Durante un viaje a Alemania de agosto de 1949 a marzo de 1950, la politóloga judia alemana Hannah Arendt, exiliada a Estados Unidos, se quedó consternada ante aquella población invadida por «una falta generalizada de sensibilidad», por «una maldad abierta [...] a veces disimulada por un patetismo de pacotilla». Era difícil decir si se trataba de «una negación intencionada a hacer el duelo o de la expresión de una incapacidad real de sentimientos», escribe.
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