¿Otra novela de narcos?
Supongo que esa fue la pregunta que se hizo Geney Beltrán (1976) mientras pensaba y escribía su última novela, Adiós, Tomasa, consciente –como lo explica en las últimas páginas, las decisivas, del libro– de que habiendo nacido en el Triángulo Dorado de la Sierra Madre Occidental –refugio de los grandes capos sinaloenses– y pasado su adolescencia en Culiacán, estaba expuesto, como narrador, a dos peligros: al sentimentalismo, según él confiesa haberlo temido y al narco-reportaje (que es lo que yo evito cuando me acerco a la llamada narcoliteratura). Beltrán, como es evidente, se negaba a escribir “otra novela de narcos” y en buena medida lo logró.
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