El Día que Fuimos Dioses de Francisco Rodríguez Tejedor
Llueve a medio día, a lo mejor todavía no es medio día, sino solo las once y media, llueve como si fuera el amanecer, o el anochecer, qué más da, llueve como toda la vida, de arriba para abajo, llueve sobre la ilusión, sobre el afán de los hombres y de las mujeres, que no se termina nunca hasta la muerte, o, tal vez sí, pero no hoy y aquí, en esta habitación de la planta veintinueve del Swiss Hotel.
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