Memorias del subsuelo de Fiódor Dostoyevski
En casa, principalmente me dedicaba a la lectura. Deseaba silenciar con las sensaciones externas todo cuanto hervía incesantemente en mi interior. Y entre éstas, la única posibilidad que me quedaba era la lectura. La lectura, claro está, me ayudaba mucho; me conmovía, me satisfacía y me atormentaba. Pero a veces, me aburría terriblemente. Pues a pesar de todo, me apetecía hacer cosas y no estarme quieto; entonces era cuando me sumergía en la perversión más oscura, subterránea y mezquina; mejor dicho, no se trataba exactamente de una perversión, sino de la ruindad más baja. Mis mezquinas pasiones eran agudas y ardientes a causa de mi eterna y enfermiza irritabilidad. Tenía arrebatos histéricos, con lágrimas y convulsiones incluidas. Nada me quedaba excepto la lectura; es decir, nada de cuanto me rodeaba, o hacia lo cual yo pudiera sentirme atraído, me infundía respeto. Por si fuera poco, me sobrevenía la melancolía; me arrebataba la sed de histéricas contradicciones y contrastes; llegando a este punto me entregaba al libertinaje. Pero no vayan ustedes a creer que digo todo esto para justificarme… ¡Bueno, no! ¡Sí, he mentido! Precisamente lo que pretendía era justificarme. Y esta observación, señores, es de uso personal. No deseo mentir. He dado mi palabra. En solitario, a escondidas, y por las noches, me entregaba a la depravación con temor, suciamente, y con una vergüenza que no me abandonaba ni en los minutos más repugnantes, en los que incluso llegaba a maldecirme a mí mismo. Por aquel entonces ya llevaba el subsuelo en el alma. Me aterrorizaba la idea de que algún conocido pudiera verme; que pudiera encontrarme con alguien y ser reconocido. En aquella época solía frecuentar lugares bastante lúgubres. En una ocasión, cuando por la noche pasaba junto a una pequeña taberna, vi a través de una ventana iluminada, cómo junto a la mesa de billar se peleaban unos señores, y cómo después, lanzaban a uno de ellos por la ventana. De ser otros tiempos, me habría sentido muy mal; pero en aquel momento me sorprendió que incluso llegara a envidiar al caballero que lanzaron por la ventana; hasta tal punto le envidié, que entré en la taberna, y me dirigí a la sala de billar: «A ver si me peleo, pensé, y después, también me lanzan por la ventana». |