Noches blancas de Fiódor Dostoyevski
—ande, sea bueno y cumpla lo que voy a pedirle, ya ve que le hablo con franqueza—, no se enamore de mí… No es posible, se lo aseguro. Estoy dispuesta a ser su amiga, aquí tiene mi mano… Pero no puede enamorarse, ¡por favor se lo pido! —Se lo juro —grité yo atrapando su mano.
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