El paraíso de Elva de Felicidad Ramos-Cerezo
[…] me envalentono y me enfrento a él con lo primero que se me ocurre. Presiento que la voy a fastidiar, pero el impulso es superior a mí. —Pues ya somos dos. Primero, aparta esta cosa de mi cara, ¡ya! Jamie Fraser de medio pelo —le ordeno perdiendo la paciencia—. Si has venido a robar, como verás aquí no hay nada de valor, y si quieres violarme, te informo de que tengo una enfermedad venérea incurable que hará que en unas horas mueras de una forma muy lenta y dolorosa. Además, mis cuatro hermanos están a punto de llegar a casa, así que te recomendaría que te marcharas, ¡ahora mismo! |