Tugendhat intentó que se lleven bien su esposa y su amante. Se le nota la mejor buena voluntad del mundo. Ruge el motor freudiano del polígamo. Un megapoder que es más fascista que el más fascista de los enanos fascistas. El resultado es obvio. No le alcanzó ni para el fracaso. Esa evolución que propone de la metafísica clásica hacia una ontología formal no parece saludable. Corregir a Aristóteles con Wittgenstein no parece llevarse bien ni con Aristóteles, ni con Wittgenstein. Ni con Heidegger, al quien le dedicó el libro. Tugendhat se esfuerza por abrir alguna fisura que le permita deslizar la consideración del ente hacia la consideración del lenguaje sobre el ente. Puede ser, en alguna frase quizás Aristóteles fisuró entre tanta filología. Sin embargo, el conjunto del estagirita es contundente, no parece ser aceptable la reunión. El griego hablaba de las cosas, el austro-británico hablaba del lenguaje. Porque pensaba que el lenguaje es todo lo que tenemos, más obstáculo que recurso perfecto. Un conjunto de juegos, no un acceso óptimo a los grandes temas. Por otra parte, estas 7 lecciones son un fragmento de un libro mayor de 28 lecciones. Los argumentos de las 7 remiten a lecciones que no están entre las 7. Contra todo, este libro se lee muy bien. Es una especie de novela escrita como escriben los filósofos analíticos. Ensayo estilo TOC saturado de lucidez narrativa y erudición. La ontología formalista de Tugendhat parece una creación de David Cronenberg, elocuente, compulsiva, entrañable, monstruosa.
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