Ernestina Yépiz
Basta con soltar el cuerpo, dejarlo libre -hacerlo libro, relato por contar- para que se gobierne solo. El olfato percibe el emanar de aroma de otro cuerpo; el oído escucha lejanos campaneos, corrientes de agua resbalando en medio de las rocas, el aire hace sonar las ramas de los árboles y las olas contra las paredes de un barco en alta mar. Todo, todo es un constante fluir, un dejarse arrastrar por las corrientes y caer, caer hasta elevarse. Y cuando los humores de una piel se confunden con la otra y de pronto la lengua se reseca y pide a gritos humedecerse un poco, es tiempo de habitar de nuevo sobre la superficie; y si acaso -por accidente o por error- existe el deseo de que el sueño se prolongue, habrá que dormir, pues quien duerme no sabe si podrá volver a despertar.
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