Ay, William de Elizabeth Strout
De repente tuve un recuerdo visceral de lo horrible que a veces me resultaba el matrimonio los años que viví con William: una familiaridad tan densa que lo invadía todo; un conocimiento del otro tan profundo que casi te atragantaba; que te entraba; que te entraba prácticamente por las fosas nasales; el olor de los pensamientos del otro; la conciencia de cada palabra que se decía; el más leve movimiento de una ceja; una inclinación de barbilla apenas perceptible; nadie más que el otro comprendería su significado. Pero viviendo así era imposible ser libre, nunca. La intimidad se volvió siniestra. |