La idiota de Elif Batuman
[...], me abrumó la sensación de que su vida era mucho más plena que la mía, por las cosas que hacía y las distancias que recorría, mientras que yo nunca había hecho nada ni ido a ninguna parte, y nunca lo haría. Lo único que había hecho siempre era ir a visitar a mis padres, primero a uno y luego al otro, sin que hubiera visos de que eso fuera a terminar algún día. Peor aún, sabía que no tenía a nadie a quien culpar por ello, excepto a mí misma. Si mi madre me decía que no hiciera algo, yo no lo hacía. Todas las madres prohibían a sus hijos hacer cosas, pero yo era la única que obedecía.
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