Saber perder de David Trueba
Se sentó con cierta desolación en el borde de la bañera y estudió su cuerpo desnudo. La vejez era una derrota difícil de tolerar. Un asco. La piel blanquecina trémula de frío. Los pechos fláccidos, perdido el vello. Las manchas en la piel, las manos artríticas. Las piernas huesudas como de enfermo, las pantorrillas, los antebrazos destensados, como si se hubieran soltado los cables que sostienen la piel tirante. Se acordó de esos cuadros que ha despreciado toda la vida, donde Dalí pinta el paso del tiempo como una viscosa materia que se derrite.
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