Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito de Cristina Pina
Todos, alguna vez, hemos vuelto al territorio de la felicidad para encontrarnos con un harapo desconocido y desconcertante, un resto quemado por el ácido del tiempo, donde las claves de nuestro pacto interior con los lugares -guardadas en la memoria como un refugio entrañable- se han convertido en un silencio o en una cifra extraña. Por su parte, las personas se han transmutado en autómatas o en maniquíes helados; la patria secreta, en un paisaje cerrado como un puño, donde se habla una lengua extranjera y no hay siquiera un poco de aire para respirar. Porque así fue el París al que Alejandra volvió en 1969: baldío, ignoto, insoportable.
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