Betibú de Claudia Piñeiro
El domingo amanece lloviendo. No es una lluvia torrencial, ni siquiera podría decirse que eso que cae es, estrictamente, lluvia. Apenas una garúa. Pero tupida, constante, de esas que de verdad mojan. Nurit se levanta y mira por la ventana. Se da cuenta de que la garúa en lugar de quitarle belleza al paisaje la hace más profunda, los colores son más intensos, la variedad de distintos verdes es incontable, el olor a tierra mojada le llega a pesar de que todavía no abrió las ventanas. ¿O lo intuye? ¿Puede uno anticiparse a un olor, evocarlo como si allí estuviera?
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