Un hambre insaciable de Chelsea G. Summers
Con ellas somos nuestros yoes más auténticos y esenciales. No tenemos por qué estar guapas, pero nos deshacemos en halagos cuando lo estamos. No tenemos por qué ser cariñosas, y nos perdonamos cuando no lo somos. Con nuestras amigas, nuestra guardia da volteretas como los acróbatas, cae como las hojas y gira en remolinos resplandecientes y polvorientos. Dejamos caer la máscara que lucimos siempre ante todos los demás: familia, amantes, maridos o hijos. Nuestras amigas ven las fragilidades, las inseguridades, las facetas desagradables que hemos de ocultar al resto del mundo, porque —y este es el quid de la cuestión— ser mujer es una tarea agotadora. Es un trabajo a tiempo completo. Nuestras amigas, las íntimas, son las pequeñas pausas que nos tomamos del trabajo tiránico de responder a las expectativas de ser mujer.
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