El profesor de Charlotte Brontë
Era placentero y sencillo a la vez esquivar todos sus esfuerzos. Era una dulce sensación, cuando me creía casi vencido, revolverme y sonreír mirándola a los ojos con cierto desdén, y ser testigo luego de su humillación apenas disimulada, pero muda. Aun así, siguió insistiendo, y finalmente, debo confesarlo, probando, hurgando y tanteando en cada átomo del cofre, su dedo halló el resorte secreto y, por un momento, la tapa se abrió, y ella posó la mano sobre la joya que contenía. Sigue leyendo y sabrás si la robó y la rompió, o si la tapa volvió a cerrarse, pillándole los dedos.
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