El hombre que paseaba con libros de Carsten Henn
Ursel Schäfer, la persona que acababa de pronunciar esas palabras, sabía perfectamente en qué consistía un buen libro. En primer lugar, un buen libro la entretenía de tal forma que se quedaba leyendo en la cama hasta que se le cerraban los ojos. En segundo lugar, la hacía llorar al menos en tres, no, mejor en cuatro pasajes. En tercer lugar, no tenía menos de trescientas páginas, pero en ningún caso más de trescientas ochenta. Y, por último, la cubierta no podía ser de color verde.
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