Es cierto que la muerte forma parte de la vida, pero también es cierto que nadie está preparado para la muerte repentina de un hombre de treinta y cuatro años que acaba de ser padre. Una muerte sin signos de violencia, sin enfermedades conocidas, casi con placidez, mientras duerme, sin nadie a quien culpar. ¿Qué se hace con todas las cosas que no dijimos, con todas las ganas que no gastamos? ¿Que se hace con su ropa, con su olor, con ese niño que no lo conocerá? Dicen que hace falta al menos un año para completar todas las fases del duelo. Y así se encuentra Carolina una mañana: contando los días que pasan, los que faltan, sintiendo muy rápido para darle una lección a la estadística, para que todo termine cuanto antes. Pero no termina. Cada mañana su ausencia se hace visible tras el cristal. |