El jardín de las mujeres Verelli de Carla Montero
Me sequé torpemente la nariz y las mejillas. Ese gesto debería bastar para dejar de llorar, pensé. Pero me enfadé al comprobar que el llanto no cesaba, que era incapaz de controlarlo; yo, que todo lo controlaba, y más en lo referente a mis propias emociones.
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