Preciada de Caragh M. O`Brien
—Me estás pidiendo que cambie mi forma de ser de arriba abajo. Que sea alguien que no soy. —Sí, supongo que sí —admitió fríamente la Matrarca. A Gaia le costaba respirar, como si el aire careciera de oxígeno. —¿Y si me niego? —preguntó—. ¿Y si me levanto y me voy? La Matrarca tocó un instante el monóculo que colgaba de su cuello. —Entonces perderíamos a la mejor comadrona que podíamos desear. Por fortuna, aun no nos habíamos acostumbrado a ti —respondio dirigiéndose a la puerta. |