Preciada de Caragh M. O`Brien
—¿Sabías que estaba así? —No —contestó Leon, y apoyó una mano sobre la mantita amarilla colocada en el respaldo de una mecedora—. Solo supuse que la Gaia que yo recordaba necesitaría a su hermana. La aludida bajó la cabez para que el pelo le tapara el rostro y murmuró: —Gracias. Leon dio un empujoncito a la mecedora para ponerla en movimiento y se dirigió a la puerta. —De nada —contestó al salir de la cabaña. |