Eva de Arturo Pérez-Reverte
Más allá, bajo el cielo oscuro, los mástiles de los veleros del club náutico se distinguían en la atmósfera brumosa, junto a los tinglados y grúas del puerto. Yates de lujo, pensó Falcó. Inofensivos y estériles, distintos de los grises buques de guerra o los sucios cargueros que desafiaban el mar y a los hombres en favor de una causa cualquiera, e iban al encuentro de su destino entre temporales o cañonazos.
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