La sonrisa de John Coltrane de Arturo López Zamora
Se le antojó que el aeropuerto José Martí era el mismísimo mártir de la patria, tumbado boca arriba —justo como murió en Dos Ríos, de cara al sol—, y que miles de amebas desperdigadas corrían furiosas hacia su interior cruzando las puertas de acceso. Parásitos que en su mayoría abandonaban la patria, como les llamara el Padre de todos en sus agónicas invectivas. Hugo era un parásito más que buscaba alojarse en el mártir que yacía boca arriba. Un parásito que abandonaría su hábitat natural para volar a otro cuerpo que aguardaba a una distancia de noventa millas, hasta enquistarse y conocerle las entrañas.
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