Allegro de Ariel Dorfman
—Nunca dejes que la desesperación deshonre tu garganta —me dijo (…) Y no cejó en su intento de darme valor—: puedes vivir sin tu madre. Todos podemos hacerlo, por mucho que hayamos jurado que no era posible, que era impensable. Pero no puedes vivir, amigo mío, sin tu música. Encuentra de nuevo tu música y encontrarás a tu mamá. Aun si ella no puede, en este momento, oírte. Y además, ¿cómo sabes que no es capaz de ello, de oírte? ¿Cómo sabes si no está cerca de ti ahora mismo y se muere más cada día por falta de tus notas que la acompañen en las últimas etapas del viaje de su alma inmortal? No puedes hacerla tan infeliz, tan solitaria en su muerte —era la primera vez en un mes que pronunciaba él aquella palabra prohibida— cuando fue ella la que te dio la vida, la que cargó contigo, te amparó en su interior como ahora lo deberás hacer con ella, llevarla contigo hasta tu propio día final. Hallarla en tu música ahora y mañana y el día siguiente como un modo de abrir el camino a vuestra reunión final, el encuentro final que todos deseamos. Pero si no empiezas con tal búsqueda ahora, pronto, aquel camino va a desaparecer, se desvanecerá de tan poco uso. Los senderos deben ser trabajados para mantenerse vivos. (…) ¿Qué podría dolerle más a tu mamá que ver que su ausencia te está destruyendo? Y fue así como comencé a recuperarme. |