Allegro de Ariel Dorfman
Dios que me instruía en el arte de refrenar mi personalidad afectuosa y la misericordia automática –y, por ende, excesivamente complaciente– que siento en forma necia por cada alma perdida que cruza por mi camino, preparándome para el día cuando, sin aliados ni familia en el mundo, tendría que discernir por mí mismo quién era mi enemigo y quién mi amigo.
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