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Los alcatraces de Anne Hébert
… habría que tener en cuenta el viento, la presencia del viento, de su voz lacerante en nuestros oídos, de su aliento salado en nuestros labios. (…) El soplo marino penetra en nuestras ropas, nos destapa el pecho escarchado de sal. Nos atraviesa el alma porosa de lado a lado. El viento siempre ha soplado demasiado fuerte aquí, y aquello que sucedió solo fue posible por el viento, que se sube a la cabeza y lo vuelve a uno loco.
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