Cuando la luna era nuestra de Anna-Marie McLemore
Algunas disculpas son demasiado pesadas para pronunciarlas en voz alta. Incluso demasiado pesadas para expresarlas con las manos. Así que la compartieron. La cargaron juntos. Entrelazaron los dedos, los de ella en los de él, y la sostuvieron entre las palmas. La llevaban en la piel. La guardaron en el espacio entre sus cuerpos.
|