Fractura de Andrés Neuman
Si para él los verdaderos hibakusha son aquellos que enfermaron mortalmente, en su caso los daños resultan de una equívoca invisibilidad. Quizá por eso nunca se decidió a inscribirse en los censos de víctimas. Ni a reclamar al Estado una indemnización que, desde el punto de vista económico, podía darse el lujo de rechazar. Un poco más de dinero, se justificaba, no le devolvería a su familia. Y en cierto sentido le hubiera atribuído un precio. Las muertes de los suyos eran únicas. No merecían confundirse en un trámite con tantas otras, ahogarse en la contabilidad de una lista sin fin. Al menos eso solía argumentar. Así que prefirió seguir moviéndose. Olvidar lo inolvidable. (132)
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