Nosotros en la luna de Alice Kellen
Me miró sonriente. Y, no sé, pensé que era una sonrisa tan bonita que daban ganas de enmarcarla. Lo habría hecho si no odiase las fotografías. Pero Ginger era una de esas chicas que sí merecían ser inmortalizadas, y no porque fuese especialmente guapa o llamativa, sino por su mirada, por cómo curvaba los labios sin pensar, por esa pequeña contradicción que distinguía dentro de ella, aunque aún no la conociese.
|