La noche que paramos el mundo de Alexandra Roma
No era solo que su altura, su contorno y sus rasgos impusiesen, maldita sea, era que desprendía energía, pura energía, y te zarandeaba de un modo incomprensible con el que deseabas enlazar tus manos en la nuca, pegar la frente a la suya y asentir dándole permiso para que traspasase todas las capas de tu piel como un rayo. A Noah no querías memorizarlo. A Noah no querías besarlo. Con Noah era otra cosa distinta de la voluntad. Eran el cuerpo y las sensaciones que no tienen nombre las que te pedían más y más, como el estremecimiento en la parte baja del vientre que me hizo apretar los muslos cuando sus ojos chocolate se quedaron fijos en los míos. |