La paciente silenciosa de Alex Michaelides
no me había salvado; era incapaz de salvar a nadie. No era una heroína a la que admirar, solo una cría asustada y jodida, una puta mentirosa. Toda esa mitología del «nosotros» que yo había construido, nuestras esperanzas y nuestros sueños, nuestros gustos, nuestros planes para el futuro; una vida que parecía tan segura, tan sólida, de repente se desmoronaba en cuestión de segundos. Como un castillo de naipes en una ráfaga de viento.
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