Dos ciudades de Adam Zagajewski
Yo no quería más que los álamos y los olmos locales, y les tenía cada vez más cariño. Me gustaba el sabor de las hojas de menta trituradas con los dientes, me gustaban los troncos ásperos de los escasos pinos y la piel lisa y cenicienta de las enormes hayas en la que las parejas de enamorados grababan con un cortaplumas sus iniciales entrelazadas. No me había vuelto un amante de la naturaleza. Simplemente, me gustaba el mundo. Pero a los ojos de los mayores, y sobre todo de los más viejos, me estaba convirtiendo en una especie de traidor.
|