No me quieres, no te quiero de Victoria Vílchez Donate
Meto la cabeza bajo la almohada y vuelvo a dejarme llevar por la inconsciencia, pero esta vez es el edredón el que desaparece. Lo sé porque, además de percibir la ausencia de su peso sobre mi cuerpo, de repente tengo el culo al aire. —Ya te estás levantando —me ordena la conocida voz de Zac, que tiene un matiz desagradable poco común en él. Y es entonces cuando recuerdo la discusión de la noche anterior, el penoso regreso llevando a rastras a Marta hasta su casa y el incómodo silencio que se estableció entre mi compañero de piso y yo al quedarnos solos. (…) Genial, solo llevo una camiseta de tirantes y un tanga –de ahí el fresquito de mi trasero-.Al menos es uno de esos con bordados, encaje y toda la parafernalia. —¿Te importa? —le digo, y tiro del edredón para volver a taparme. Él lo agarra con más fuerza. —No tienes nada que no haya visto antes. No es lo que dice, sino cómo lo dice. Que emplee ese deje despectivo me hace comprender que mi comentario de anoche no debió de sonar demasiado bien. ¿Y qué hago yo a continuación? ¿Disculparme? Pues no, me subo en el burro y ya veremos quien se baja antes. Me pongo en pie, no sin antes frotarme los ojos, y me planto frente a él. (…) —No te cortes —comento, con las manos en la cintura y sacando pecho—. ¿Quieres que me quiete la camisa? Total, también me has visto las tetas antes, ¿no? Lo digo completamente dispuesta a desnudarme solo para quedar por encima de él, por muy absurda que resulte la situación. Y lo peor es que pienso que no estoy haciendo el ridículo. (…) —No hay huevos —Se cruza de brazos y esboza la primera sonrisa desde nuestra disputa. |