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Los crimenes del numero primo de Reyes Calderón Cuadrado
Nada ocurre por casualidad. Ni la impávida luz que se filtra tímidamente por las rendijas de tu ventana ni la nube que por un mísero instante pende del cielo sombreando tu lecho, nada, ni siquiera eso, se debe al azar. Lo aprendí instruyendo mi último sumario, el que la prensa llamó «los crímenes del número primo». Lo sé desde que las suelas de mis zapatos bajos pisaron aquella pequeña ermita tiznada de rojo oscuro, mucho más oscuro que rojo; lo sé porque aún huelo a romero.
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