Don Juan de Lord Byron
¡Qué hermosa estaba! Su corazón maduro ardía en sus mejías y no sentía ningún desdoro. Oh amor, cuán perfecto es tu aire místico, que da fuerzas al débil y aplasta al fuerte. Cuán engañados están los mortales más doctos, a los que tu señuelo ha arrastrado. Era inmenso el precipicio que ante ella se abría, tanto como su fe en la propia inocencia. Pensaba en su fuerza y en la juventud de Juan, en lo débiles que son los temores del recato, en la virtud victoriosa, en la realidad doméstica y en los cincuenta años de Don Alfonso. Bien desearía yo que así no fuera, pero a esta edad rara vez se hace uno querer y, en toda ocasión, ya bajo el sol o en la nieve, discorda con el amor aunque abunde el dinero. |