Juego de damas de Enrique Gracia Trinidad
Peregrino a la fuerza Iba haciendo el Camino de Santiago con una concha al cuello. Sus ojos eran de hayas en otoño, su sonrisa de libro y lo demás, como para volver loco al apóstol cuando llegase a Compostela. Así que la llevé en mi coche (adoro el autostop algunas veces) -Yo -mentí- también voy de peregrino. -Prefiero andar -me dijo- pero gracias, llévame a Ponferrada y ya seguiré a pie lo que me falte. "Ponferrada -pensé- y Finisterre, si te dejas" Puso el bastón y su macuto en la parte de atrás y se sentó a mi lado. Casi no hablaba, pero qué silencios. Su perfume a lavanda me hizo olvidar que yo no iba a Galicia y otros asuntos eran mi destino. Junto al castillo de templarios paramos a reponer fuerzas. Cuando estaba pagando la empanada y el vino oí el motor del coche. Me dejó su cayado, la venera, y un palmo de narices con recuerdo a colonia. Caminé todo el resto del verano, como un imbécil, con la boca seca, pero he ganado el jubileo. |