Una bruja sin escoba de Antonia J. Corrales
Aquella noche nos faltó estar a solas, un roce descuidado en la piel, un beso, un «no digas nada». Nos faltó cerrar los ojos y habitarnos en la oscuridad. Le esperé escuchando el sonido de la lluvia, sentada en la penumbra de mi salón. Pero esa noche él no saltó la valla de la terraza para ir a casa de Claudia, y yo, al día siguiente, me fui.
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