KASHTANKA de Anton Chéjov
Una perra joven de color cobrizo, cruce de chucho con perro salchicha, que en el morro se parecía mucho a un zorro, corría para allá y para acá por la acera y miraba a su alrededor con desasosiego. […]. Recordaba perfectamente cómo había pasado el día y cómo había acabado en aquella acera desconocida. El día empezó así: su dueño, el ebanista Luká Alexándrych, se puso la gorra, se metió bajo el brazo un objeto de madera envuelto en un pañuelo rojo y gritó: - ¡Vamos, Kashtanka! |